domingo

Mitos: taller de ilustración





Literatura aborigen

Utilizando símbolos y palabras de nuestras lenguas autóctonas americanas, realizamos intervención de objetos; marcos de cuadro, cajas, porta sahumerios y tazas.



miércoles

Mito: función y significado

Los mitos son relatos o tradiciones que intentan explicar el lugar del hombre en el universo, la naturaleza de la sociedad, la relación entre el individuo y el universo que percibe y el significado de los acontecimientos de la naturaleza.
En este enlace encontrarán el texto con el que profundizaremos la lectura del libro Mitos clasificados I

Danielamitofuncion013


jueves

Literatura

 Hay muchas maneras de pensar y explicar el lenguaje y los textos. Acá les dejo algunas más que ineteresantes.


lunes

El extraño

Acá va "El extraño" de Lovecraft, cuento que leímos en clase. Espero que les guste la adaptación de Alberto Laiseca, autor argentino. Y a los de primero, acá va un avance de lo que empezaremos a leer. Enjoy!

sábado

Taller de vanguardias




poesía vanguardista fue el tema perfecto para despacharnos con un taller de pintura... manos a la obra, queridos!

lunes

Aula

 Las diez reglas para estudiantes de Corita Kent
REGLA UNO: Encuentra un lugar en el que confíes, y trata de confiar en él por un tiempo.
REGLA DOS: Deberes generales de un estudiante: saca todo lo que puedas de tu maestro; saca todo lo que puedas de tus compañeros.
REGLA TRES: Deberes generales de un maestro: saca todo lo que puedas de tus alumnos.
REGLA CUATRO: Considera todo como un experimento.
REGLA CINCO: Sé auto-disciplinado. Esto significa encontrar a alguien sabio o inteligente y elegir seguirlo. Ser disciplinado es seguir de buena manera. Ser disciplinado es seguir de mejor manera
 REGLA SEIS: Nada es un error. No existe ganar o perder. Solo existe hacer.
REGLA SIETE: La única regla es trabajar. Si trabajas, esto te llevará a algo. Es la gente que hace todo el trabajo todo el tiempo la que eventualmente encuentra algo.
REGLA OCHO: No trates de crear y analizar al mismo tiempo. Son procesos diferentes.
REGLA NUEVE: Sé feliz siempre que puedas. Disfrútate. Es más ligero de lo que crees.
REGLA DIEZ: “Estamos rompiendo todas las reglas. Incluso nuestras propias reglas. ¿Y cómo hacemos eso? Dejando bastante espacio para cantidades X” (John Cage).
Pistas: Está siempre alrededor. Ven y ve a todo. Siempre ve a clases. Lee todo lo que puedas encontrar. Ve películas cuidadosamente, con frecuencia. Ahorra todo: puede resultar útil después.
Desconfío de aquellos que pretenden que estamos en decadencia, prefiero aquellos y aquellas que nos dicen que podemos construir un porvenir juntos y que nada está jugado definitivamente y que ese porvenir puede ser mejor que el presente y el pasado.  En occidente hoy está muy bien visto estar desesperado, hay como una estética de la desesperación, de la falta de esperanza, y los que no están desesperados pasan por idiotas, pero yo prefiero pasar por idiota porque pienso que en la desesperanza no hay porvenir. Philippe Meirieu
 Nadie que yo sepa, a excepción de los locos y maníacos, desea el triunfo permanente de la guerra, de la injusticia social, del hambre, del dolor, del miedo y de la desesperación. Y estos son los frutos inevitables, pasados, presentes y futuros de nuestra organización social. Un mejoramiento, es decir un cambio, de la condición humana, no puede partir de la consolidación de la realidad institucional de hoy. Debe fundarse en el hombre del mañana, en aquel que, esperemos, logrará realizar una relación educativa y autoeducativa verdadera. Debe fundarse en un hombre evolucionado y razonable, y sobre todo, libre.Todo depende de cómo se afronte el empeño educativo: se puede tratar de dar a la persona los medios para desarrollarse: la oportunidad de experimentar, el amor, el ejemplo, y sobre todo, la libertad. En este caso se trabaja para realizar un hombre que sea verdaderamente sí mismo, completamente, y por eso, original, independiente, autónomo, 'nuevo', capaz de hacer lo que no ha sido intentado hasta ahora. Para poder escoger esta opción, hay que tener la esperanza de que la condición humana pueda cambiar. Aún más, hay que tener fe en el mejoramiento de nuestro destino y en la posibilidad de lograrlo. O si no, se puede tratar de hacer la persona lo más parecida a un modelo existente, usando cualquier medio. En este caso se trabaja para producir seres resignados, dependientes siempre del poder, repetitivos, sin creatividad ni capacidad de invención, obedientes y pasivos. Escoger esta opción significa tener miedo que la condición humana pueda cambiar, porque cada cambio sería una puerta abierta a lo peor. Creo que sin el coraje es imposible vivir como hombres. Creo que el miedo es la peor condena del hombre, y que es inmoral verter nuestros terrores sobre las espaldas de nuestros niños, aunque sea presentado como educación. Marcello Bernardi


“La educación es un acto de amor, y por esto un acto de coraje. No puede temer al debate. No puede rehuir la discusión creadora, so pena de ser una farsa.¿Cómo se aprende a discutir y debatir con una educación que impone?”.

(Paulo Freire, La educación como práctica de libertad. pág. 88)


domingo

Argumentación



Creencias

¿Será así? Con bastante humor, la página cinismoilustrado.com nos muestra cómo han ido evolucionando las creencias: del Dios egipcio, al griego, a Jesús y la llegada del monoteísmo, hasta el Dios dinero. ¿Será así? Seremos recordados como la época en la que tener dinero era el mayor signo posible de estatus? Lo hablamos en clase, recuerden que el humor siempre dice un poquito de la verdad.

Edipo

En clave de humor, Quino, el historietista argentino, se mete con la predicción del oráculo y la teoría que Freud postularía muchos siglos después.


sábado

Mitos

Hola, acá les dejo enlaces para los mitos del Minotauro, Teseo y Ariadna. Suerte y nos vemos pronto!
Dédalo haciendo click acá
Minotauro, Teseo y Ariadna haciendo click aquí

Orden jerárquico, de Eduardo Goligorsky


A Carlos y María Elena

Abáscal lo perdió de vista, sorpresivamente, entre las sombras de la calle solitaria. Ya era casi de madrugada, y unos jirones de niebla espesa se adherían a los portales oscuros. Sin embargo, no se inquietó. A él, a Abáscal, nunca se le había escapado nadie. Ese infeliz no sería el primero. Correcto. El Cholo reapareció en la esquina, allí donde las corrientes de aire hacían danzar remolinos de bruma. Lo alumbraba el cono de luz amarillenta de un farol.
El Cholo caminaba excesivamente erguido, tieso, con la rigidez artificial de los borrachos que tratan de disimular su condición. Y no hacía ningún esfuerzo por ocultarse. Se sentía seguro.
Abáscal había empezado a seguirlo a las ocho de la noche. Lo vio bajar, primero, al sórdido subsuelo de la Galería Güemes, de cuyas entrañas brotaba una música gangosa. Los carteles multicolores prome¬tían un espectáculo estimulante, y desgranaban los apodos exóticos de las coristas. Él también debió sumergirse, por fuerza, en la penumbra cómplice, para asistir a un monótono desfile de hembras aburridas. Las carnes fláccidas, ajadas, que los reflectores acribillaban sin piedad, bastaban, a juicio de Abáscal, para sofocar cualquier atisbo de excita¬ción. Por si eso fuera poco, un tufo en el que se mezclaban el sudor, la mugre y la felpa apolillada, impregnaba al aire rancio, adhiriéndose a la piel y las ropas.
Se preguntó qué atractivo podía encontrar el Cholo en ese lugar. Y la respuesta surgió, implacable, en el preciso momento en que terminaba de formularse el interrogante.
El Cholo se encuadraba en otra categoría humana, cuyos gustos y placeres él jamás lograría entender. Vivía en una pensión de Retiro, un conventillo, mejor dicho, compartiendo una píeza minúscula con varios comprovincianos recién llegados a la ciudad. Vestía miserablemente, íncluso cuando tenía los bolsillos bien forrados: camisa deshilachada, saco y pantalón andrajosos, mocasines trajinados y cortajeados. Era, apenas, un cuchillero sin ambiciones, o con una imagen ridícula de la ambición. Útil en su hora, pero peligroso, por lo que sabía, desde el instante en que había ejecutado su último trabajo, en una emergencia, cuando todos los expertos de confianza y responsables, como él, como Abáscal, se hallaban fuera del país. Porque últimamente las operaciones se realizaban, cada vez más, en escala internacional, y los viajes estaban a la orden del día.
Recurrir al Cholo había sido, de todos modos, una imprudencia. Con plata en el bolsillo, ese atorrante no sabía ser discreto. Abáscal lo había seguido del teatrito subterráneo a un piringundín de la 25 de Mayo, y después a otro, y a otro, y lo vio tomar todas las porquerías que le sirvieron, y manosear a las coperas, y darse importancia hablando de lo que nadie debía hablar. No mencionó nombres, afortunadamente, ni se refirió a los hechos concretos, identificables, porque si lo hubiera hecho, Abáscal, que lo vigilaba con el oído atento, desde el taburete vecino, habría tenido que rematarlo ahí nomás, a la vista de todos, con la temeridad de un principiante.
No era sensato arriesgar así una organización que tanto había costado montar, amenazando, de paso, la doble vida que él, Abáscal, un verdadero técnico, siempre había protegido con tanto celo. Es que él estaba en otra cosa, se movía en otros ambientes. Sus modelos, aquellos cuyos refinamientos procuraba copiar, los había encontrado en las recepciones de las embajadas, en los grandes casinos, en los salones de los ministerios, en las convenciones empresarias. Cuidaba, sobre todo, las aparien¬cias: ropa bien cortada, restaurantes escogidos, starlets trepadoras, licores finos, autos deportivos, vuelos en cabinas de primera clase. Por ejemplo, ya llevaba encima, mientras se deslizaba por la calle de Retiro, siguiendo al Cholo, el pasaje que lo transportaría, pocas horas más tarde, a Caracas. Lejos del cadáver del Cholo y de las suspicacias que su eliminación podría generar en algunos círculos.
En eso, el Doctor había sido terminante. Matar y esfumarse. El número del vuelo, estampado en el pasaje, ponía un límite estricto a su margen de maniobra. Lástima que el Doctor, tan exigente con él, hubiera cometido el error garrafal de contratar, en ausencia de los auténticos profesionales, a un rata como el Cholo. Ahora, como de costumbre, él tenía que jugarse el pellejo para sacarles las castañas del fuego a los demás. Aunque eso también iba a cambiar, algún día. Él apuntaba alto, muy alto, en la organización.
Abáscal deslizó la mano por la abertura del saco, en dirección al correaje que le ceñía el hombro y la axila. Al hacerlo rozó, sin querer, el cuadernillo de los pasajes. Sonrió. Luego, sus dedos encontraron las cachas estriadas de la Luger, las acariciaron, casi sensualmente, y se cerraron con fuerza, apretando la culata.
El orden jerárquico también se manifestaba en las armas. Él había visto, hacía mucho tiempo, la herramienta predilecta del Cholo. Un puñal de fabricación casera, cuya hoja se había encogido tras infinitos contac¬tos con la piedra de afilar. Dos sunchos apretaban el mango de madera, incipientemente resquebrajado y pulido por el manipuleo. Por supuesto, al Cholo había usado ese cuchillo en el último trabajo, dejando un sello peculiar, inconfundible. Otra razón para romper allí, en el eslabón más débil, la cadena que trepaba hasta cúpulas innombrables.
En cambio, la pistola de Abáscal llevaba impresa, sobre el acero azul, la nobleza de su linaje. Cuando la desarmaba, y cuando la aceitaba, prolijamente, pieza por pieza, se complacía en fantasear sobre la perso¬nalidad de sus anteriores propietarios. ¿Un gallardo "junker" prusiano, que había preferido dispararse un tiro en la sien antes que admitir la derrota en un suburbio de Leningrado? ¿O un lugarteniente del mariscal Rommel, muerto en las tórridas arenas de El Alamein? Él había comprado la Luger, justamente, en un zoco de Tánger donde los mercachifles remataban su botín de cascos de acero, cruces gamadas y otros trofeos arrebatados a la inmensidad del desierto.
Eso sí, la Luger tampoco colmaba sus ambiciones. Conocía la existen¬cia de una artillería más perfeccionada, más mortífera, cuyo manejo estaba reservado a otras instancias del orden jerárquico, hasta el punto de haberse convertido en una especie de símbolo de status. A medida que él ascendiera, como sin duda iba a ascender, también tendría acceso a ese arsenal legendario, patrimonio exclusivo de los poderosos.
Curiosamente, el orden jerárquico tenía, para Abáscal, otra cara. No se trataba sólo de la forma de matar, sino, paralelamente, de la forma de morir. Lo espantaba la posibilidad de que un arma improvisada, bastarda, como la del Cholo, le hurgara las tripas. A la vez, el chicotazo de la Luger enaltecería al Cholo, pero tampoco sería suficiente para él, para Abáscal, cuando llegara a su apogeo. La regla del juego estaba cantada y él, fatalista por convicción, la aceptaba: no iba a morir en la cama. Lo único que pedía era que, cuando le tocara el tumo, sus verdugos no fueran chapuceros y supiesen elegir instrumentos nobles.
La brusca detención de su presa, en la bocacalle siguiente, le cortó el hilo de los pensamientos. Probablemente el instinto del Cholo, afinado en los montes de Orán y en las emboscadas de un Buenos Aires traicionero, le había advertido algo. Unas pisadas demasiado persisten¬tes en la calle despoblada. Una vibración intrusa en la atmósfera. La conciencia del peligro acechante lo había ayudado a despejar la borra¬chera y giró en redondo, agazapándose. El cuchillo tajeó la bruma, haciendo firuletes, súbitamente convertido en la prolongación natural de la mano que lo empuñaba.
Abáscal terminó de desenfundar la Luger. Disparó desde una distan¬cia segura, una sola vez, y la bala perforó un orificio de bordes nítidos en la frente del Cholo.
Misión cumplida.
El tableteo de las máquinas de escribir llegaba vagamente a la oficina, venciendo la barrera de aislación acústica. Por el ventanal panorámico se divisaba un horizonte de hormigón y, más lejos, donde las moles dejaban algunos resquicios, asomaban las parcelas leonadas del Río de la Plata. El smog formaba un colchón sobre la ciudad y las aguas.
El Doctor tomó, en primer lugar, el cable fechado en Caracas que su secretaria acababa de depositar sobre el escritorio, junto a la foto de una mujer rubia, de facciones finas, aristocráticas, flanqueada, en un jardín, por dos criaturas igualmente rubias. Conocía, de antemano, el texto del cable: "Firmamos contrato". No podía ser de otra manera. La organiza¬ción funcionaba como una maquinaria bien sincronizada. En eso residía la clave del éxito.
"Firmamos contrato", leyó, efectivamente. O sea que alguien -no importaba quién- había cercenado el último cabo suelto, producto de una operación desgraciada.
Primero había sido necesario recurrir al Cholo, un malevito margi¬nado, venal, que no ofrecía ninguna garantía para el futuro. Después, lógicamente, había sido indispensable silenciar al Cholo. Y ahora el círculo acababa de cerrarse. "Firmamos contrato" significaba que Abáscal había sido recibido en el aeropuerto de Caracas, en la escalerilla misma del avión, por un proyectil de un rifle Browning calibre 30, equipado con mira telescópica Leupold M8-100. Un fusil, se dijo el Doctor, que Abáscal habría respetado y admirado, en razón de su proverbial entusias¬mo por el orden jerárquico de las armas. La liquidación en el aeropuerto, con ese rifle y no otro, era, en verdad, el método favorito de la filial Caracas, tradicionalmente partidaria de ganar tiempo y evitar sobresaltos inútiles.
Una pérdida sensible, reflexionó el Doctor, dejando caer el cable sobre el escritorio. Abáscal siempre había sido muy eficiente, pero su intervención, obligada, en ese caso, lo había condenado irremisiblemen¬te. La orden recibida de arriba había sido inapelable: no dejar rastros, ni nexos delatores. Aunque, desde luego, resultaba imposible extirpar todos, absolutamente todos, los nexos. Él, el Doctor, era, en última instancia, otro de ellos.
A continuación, el Doctor recogió el voluminoso sobre de papel manila que su secretaria le había entregado junto con el cable. El matasellos era de Nueva York, el membrete era el de la firma que servía de fachada a la organización. Habitualmente, la llegada de uno de esos sobres marcaba el comienzo de otra operación. El código para descifrar las instrucciones descansaba en el fondo de su caja fuerte.
El Doctor metió la punta del cortapapeles debajo de la solapa del sobre. La hoja se deslizó hasta tropezar, brevemente, con un obstáculo. La inercia determinó que siguiera avanzando. El Doctor comprendió que para descifrar el mensaje no necesitaría ayuda. Y le sorprendió descubrir que en ese trance no pensaba en su mujer y sus hijos, sino en Abáscal y en su culto por el orden jerárquico de las armas. Luego, la carga explosiva, activada por el tirón del cortapapeles sobre el hilo del detonador, transformó todo ese piso del edificio en un campo de escombros.

viernes

Cuentos para la evaluación

Queridos, acá les dejo los enlaces para los cuentos que vamos a trabajar en la evaluación, recuerden que vimos cositas de teoría literaria también: finales, cuento, narradores, anacronías, etc.

La carne cliqueando aquí, Nadar de noche por acá, Cesarán las lluvias aquí y el hermoso cuento El baldío siguiendo este enlace.

Nos vemos en clase!

jueves

Un jardín dentro de una botella

Gracias al compromiso de los chicos y la colaboración de los los papás y mamás, nuestra pequeña planta de la experiencia de Técnicas de estudio tiene hábitat nuevo. Gracias siempre por la buena predisposición. Acá les dejo el enlace a la nota que motivó la actividad. Empezamos analizando el texto de divulgación científica, graficando procesos y secuencias explicativas y ¡terminamos haciendo nuestro propio jardín!